domingo, 9 de septiembre de 2012

Texto Exposición "Equidistantes"


EQUIDISTANTES
Jean-Marie Simon / Antonio Turok
Archivos de una cicatriz
Plinio Villagrán

Desde cualquier punto de vista, la fotografía muestra un irrevocable e indescriptible camino que nos lleva al reflejo mismo de nuestro vértigo. Cualquiera que sea la intención y desde distinto ángulo, se introduce en nuestros ojos como un punzón fijo e intimidatorio porque también tiene ojos, unos ojos que nos miran y nos hace partícipes: somos inocentes y culpables, víctimas y victimarios, en un proceso directo de intercambio y complicidad al filo de una historia que no tiene revés. Ese punctum del que habla Barthes, reconstruye el trauma que produce una imagen fuera de su capacidad de movimiento, pero que guarda la velocidad pasiva de la violencia y el duelo.
Jean-Marie Simon y Antonio Turok, reunidos por primera vez en un diálogo trae a colación a propósito de historia y memoria, la permanente fragmentación de una región históricamente convulsa y una década olvidada en un tiempo que aún palpita entre secuelas y sedimentos: Centroamérica en la década de los ochenta. Traer dicha década al siglo XXI por medio de ésta exposición fotográfica no es una simple comparación de hechos y circunstancias, tampoco se trata de mostrar un desglose de fenómenos sociales que pretenden demostrar un simple, “hacer conciencia” como buscando pormenores, razones y evidencias de la historia de una región marcada por la violencia y las contradicciones y específicamente Guatemala, el punto de partida para el discurso de esta exposición. Se trata de un intercambio de duelos, o por lo menos un intercambio de experiencias como si de una plática se tratase, una plática de encuentro a la mitad del camino, a la mitad de la vida y de la muerte en la historia Latinoamericana tan llena de bifurcaciones y abismos.
No se trata entonces de una exposición con motivos separados y ajenos, sino entrelazados. Un entrelazar que en otras regiones del continente puede ser entendida como similitud ¿Será conveniente repetir entonces la frase de Hélio Oiticica: De la adversidad vivimos? Refiriéndose a Latinoamérica, ó, si deseamos cerrar capítulos y heridas podría decirse: ¿De la victimización vivimos? Una frase que podría resultar incómoda para muchos e interpretada de distintas maneras porque a veces, no nos gusta vernos reflejados y reconocernos; pero al revisar la historia, entramos en la más profunda contradicción porque el terreno es naturalmente pantanoso y ser víctima resulta un estado permanente en la turbulencia de una complejidad histórica en donde la territorialidad, el poder, la subyugación colonial y la desigualdad nacidos de la impronta corruptiva de la historia de latinoamérica se confunden y se deforman constantemente en ese espejo punto de partida de esta reflexión.
El espejo y la imagen punzante pueden ser entonces maneras para curarse, o por lo menos conocerse. EQUISITANTES el nombre de esta exposición, muestra dos espejos a través de dos fotógrafos: Jean-Marie Simon y Antonio Turok que capataron de manera separada pero paralela, los momentos más difíciles y agitados de los ochenta en Centroamérica sumidos por sangrientos conflictos  armados de los que ahora quedan secuelas, pero que siguen mostrandose como espectros de aquellas políticas entrometidas y siervos gustosos de entregarse. Jean-Marie Simon en Guatemala retrata un conflicto que difícilmente pudo ser conocido por los medios de comunicación internacionales de ese entonces, pero que sale a la luz años después en un recuento que no puede creerse hasta ver esas imágenes que emergen entre los escombros de una historia que apenas empieza a reconstruirse: viudas, huérfanos, pueblos desparecidos, despojo, y silencio con peso de plomo que acalló a un pueblo entero. Un archivo esencial en la historia de Guatemala y de Latinoamérica, que además de un archivo visual en sí, es un viaje sombrío pero evocador hacia una época en donde el silencio y el miedo eran los paisajes más próximos. Lo testimonial de sus fotografías muestran como en un terreno despojado, ojos, muchos ojos que aun se encuentran en una dimensión sin descanso y nos observan. Lo punzante aquí es conmovedor más allá de un archivo considerable a falta de muchos de esa época, en donde opinar en contra de lo establecido era la muerte asegurada. El valor del trabajo de Jean- Marie radica en una envolvente situación de verdad como luz en una ventana para quien busque un indicio en esta revisión histórica.
AntonioTurok por su parte, muestra un contexto más general, dibujando con su lente el testimonio de un territorio despojado y manipulado por políticas de intromisión y alienación, los territorios llamados peyorativamente “Bananeros”, tierras gobernadas por caudillos idealistas y en otros casos, retrógrados y serviles, que a su vez, viven y sobreviven a la luz de un mundo actual que convulsiona y cuyo peso se deja sentir sobre las fosas todavía abiertas e idealismos inservibles. Basta ver esos retratos sumidos en la soledad del despojo y el exilio, de la carencia y la incertidumbre: la niña refugiada con su hermano que se hunde en los brazos de la muerte injusta, sin justificación alguna. Turok muestra de manera evocadora y crítica, el claroscuro de una etapa histórica que no ha cambiado del todo.
La exposición entonces muestra cómo la imagen documental es la construcción histórica de un contexto inmediato, espejo y diálogo directo que ahora es adulterada por el trucaje de la dualidad mentira-verdad y la avalancha del Youtube, las tecnologías de la imagen y la información, dejando su discurso testificador como parte del museo de la memoria entre el archivo monacal de un tiempo aparentemente olvidado, pero que sigue despertando a los fantasmas que no descansan, los círculos que no han cerrado, las fosas semi abiertas.
La fotografía documental sigue siendo entonces (aunque no sea ya el único despliegue denotable o connotable) un ejercicio filosófico que no termina de cuajar, porque sigue escondiéndose entre los rincones de la historia y la cultura, en este tiempo que se perfila en otras circunstancias al margen de la verdad y de la ética, porque dichos terminos, se pueden manipular al antojo de quien subyuga y ejerce el poder. Si la Patria del Criollo[1] (hablando particularmente de Centroamérica) se hubiera escrito en la actualidad, no hubiera diferido su argumento en gran medida porque los mismos “criollos” que ostentan el poder en la actualidad, poseen la misma forma de pensar y actuar a un punto extremo y alienante, entre la explotación y el desprecio con el traje de políticas transnacionales y la apertura de mercados. Asimismo, el argumento de los todavía soñadores de una izquierda ya caduca, de tonaditas de trova, aquellos seguidores que viven aún del proletariado. ¿Se trata de exorsizar fantasmas? ¿de pervivir recuerdos? Ó, ¿simplemente jugar al balón con un cráneo encontrado en el campo como E. M. Cioran lo hizo en su infancia? ¿Será la vida un juego constante, juego de memoria, de escapatoria? Escapar de la angustia, la locura y la guerra: Cimientos de la civilización. El discurso punzante del reflejo y la tragedia ajena, pueden ser entonces para el público, el punto de partida para la identificación de su discurso cultural e histórico.



[1] "La Patria del Criollo: Ensayo de Interpretación de la Realidad Guatemalteca" (1970) escrito por el guatemalteco Severo Martínez Peláez. Peláez realizó un análisis histórico de la estructura social guatemalteca desde la perspectiva marxista de la lucha de clases como un intento genuino de rehabilitar la capacidad explicativa del conocimiento histórico de la realidad socio-política de Guatemala". El libro es esencial para comprender la estructuración social de la sociedad Guatemalteca que no difiere mucho de la realidad de otros países latinoamericanos con una fuerte herencia colonial. 

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