EQUIDISTANTES
Jean-Marie Simon / Antonio Turok
Archivos de una cicatriz
Plinio Villagrán
Plinio Villagrán
Desde
cualquier punto de vista, la fotografía muestra un irrevocable e indescriptible
camino que nos lleva al reflejo mismo de nuestro vértigo. Cualquiera que sea la
intención y desde distinto ángulo, se introduce en nuestros ojos como un punzón
fijo e intimidatorio porque también tiene ojos, unos ojos que nos miran y nos
hace partícipes: somos inocentes y culpables, víctimas y victimarios, en un
proceso directo de intercambio y complicidad al filo de una historia que no
tiene revés. Ese punctum del que
habla Barthes, reconstruye el trauma que produce una imagen fuera de su
capacidad de movimiento, pero que guarda la velocidad pasiva de la violencia y
el duelo.
Jean-Marie
Simon y Antonio Turok, reunidos por primera vez en un diálogo trae a colación a
propósito de historia y memoria, la permanente fragmentación de una región
históricamente convulsa y una década olvidada en un tiempo que aún palpita
entre secuelas y sedimentos: Centroamérica en la década de los ochenta. Traer
dicha década al siglo XXI por medio de ésta exposición fotográfica no es una
simple comparación de hechos y circunstancias, tampoco se trata de mostrar un
desglose de fenómenos sociales que pretenden demostrar un simple, “hacer
conciencia” como buscando pormenores, razones y evidencias de la historia de
una región marcada por la violencia y las contradicciones y específicamente
Guatemala, el punto de partida para el discurso de esta exposición. Se trata de
un intercambio de duelos, o por lo menos un intercambio de experiencias como si
de una plática se tratase, una plática de encuentro a la mitad del camino, a la
mitad de la vida y de la muerte en la historia Latinoamericana tan llena de
bifurcaciones y abismos.
No
se trata entonces de una exposición con motivos separados y ajenos, sino
entrelazados. Un entrelazar que en otras regiones del continente puede ser
entendida como similitud ¿Será conveniente repetir entonces la frase de Hélio
Oiticica: De la adversidad vivimos? Refiriéndose a Latinoamérica, ó, si deseamos
cerrar capítulos y heridas podría decirse: ¿De la victimización vivimos? Una
frase que podría resultar incómoda para muchos e interpretada de distintas
maneras porque a veces, no nos gusta vernos reflejados y reconocernos; pero al
revisar la historia, entramos en la más profunda contradicción porque el
terreno es naturalmente pantanoso y ser víctima resulta un estado permanente en
la turbulencia de una complejidad histórica en donde la territorialidad, el
poder, la subyugación colonial y la desigualdad nacidos de la impronta
corruptiva de la historia de latinoamérica se confunden y se deforman
constantemente en ese espejo punto de partida de esta reflexión.
El
espejo y la imagen punzante pueden ser entonces maneras para curarse, o por lo
menos conocerse. EQUISITANTES el nombre de esta exposición, muestra dos espejos
a través de dos fotógrafos: Jean-Marie Simon y Antonio Turok que capataron de
manera separada pero paralela, los momentos más difíciles y agitados de los
ochenta en Centroamérica sumidos por sangrientos conflictos armados de los que ahora quedan secuelas, pero
que siguen mostrandose como espectros de aquellas políticas entrometidas y
siervos gustosos de entregarse. Jean-Marie Simon en Guatemala retrata un
conflicto que difícilmente pudo ser conocido por los medios de comunicación
internacionales de ese entonces, pero que sale a la luz años después en un
recuento que no puede creerse hasta ver esas imágenes que emergen entre los
escombros de una historia que apenas empieza a reconstruirse: viudas,
huérfanos, pueblos desparecidos, despojo, y silencio con peso de plomo que
acalló a un pueblo entero. Un archivo esencial en la historia de Guatemala y de
Latinoamérica, que además de un archivo visual en sí, es un viaje sombrío pero
evocador hacia una época en donde el silencio y el miedo eran los paisajes más
próximos. Lo testimonial de sus fotografías muestran como en un terreno
despojado, ojos, muchos ojos que aun se encuentran en una dimensión sin
descanso y nos observan. Lo punzante aquí es conmovedor más allá de un archivo
considerable a falta de muchos de esa época, en donde opinar en contra de lo establecido
era la muerte asegurada. El valor del trabajo de Jean- Marie radica en una envolvente
situación de verdad como luz en una ventana para quien busque un indicio en
esta revisión histórica.
AntonioTurok
por su parte, muestra un contexto más general, dibujando con su lente el
testimonio de un territorio despojado y manipulado por políticas de intromisión
y alienación, los territorios llamados peyorativamente “Bananeros”, tierras
gobernadas por caudillos idealistas y en otros casos, retrógrados y serviles,
que a su vez, viven y sobreviven a la luz de un mundo actual que convulsiona y
cuyo peso se deja sentir sobre las fosas todavía abiertas e idealismos
inservibles. Basta ver esos retratos sumidos en la soledad del despojo y el
exilio, de la carencia y la incertidumbre: la niña refugiada con su hermano que
se hunde en los brazos de la muerte injusta, sin justificación alguna. Turok
muestra de manera evocadora y crítica, el claroscuro de una etapa histórica que
no ha cambiado del todo.
La
exposición entonces muestra cómo la imagen documental es la construcción
histórica de un contexto inmediato, espejo y diálogo directo que ahora es
adulterada por el trucaje de la dualidad mentira-verdad y la avalancha del
Youtube, las tecnologías de la imagen y la información, dejando su discurso
testificador como parte del museo de la memoria entre el archivo monacal de un
tiempo aparentemente olvidado, pero que sigue despertando a los fantasmas que
no descansan, los círculos que no han cerrado, las fosas semi abiertas.
La
fotografía documental sigue siendo entonces (aunque no sea ya el único
despliegue denotable o connotable) un ejercicio filosófico que no termina de
cuajar, porque sigue escondiéndose entre los rincones de la historia y la cultura,
en este tiempo que se perfila en otras circunstancias al margen de la verdad y
de la ética, porque dichos terminos, se pueden manipular al antojo de quien
subyuga y ejerce el poder. Si la Patria
del Criollo[1]
(hablando particularmente de Centroamérica) se hubiera escrito en la
actualidad, no hubiera diferido su argumento en gran medida porque los mismos
“criollos” que ostentan el poder en la actualidad, poseen la misma forma de
pensar y actuar a un punto extremo y alienante, entre la explotación y el desprecio
con el traje de políticas transnacionales y la apertura de mercados. Asimismo,
el argumento de los todavía soñadores de una izquierda ya caduca, de tonaditas
de trova, aquellos seguidores que viven aún del proletariado. ¿Se trata de
exorsizar fantasmas? ¿de pervivir recuerdos? Ó, ¿simplemente jugar al balón con
un cráneo encontrado en el campo como E. M. Cioran lo hizo en su infancia?
¿Será la vida un juego constante, juego de memoria, de escapatoria? Escapar de
la angustia, la locura y la guerra: Cimientos de la civilización. El discurso
punzante del reflejo y la tragedia ajena, pueden ser entonces para el público,
el punto de partida para la identificación de su discurso cultural e histórico.
[1] "La
Patria del Criollo: Ensayo de Interpretación de la Realidad Guatemalteca"
(1970) escrito por el guatemalteco Severo Martínez Peláez. Peláez realizó un
análisis histórico de la estructura social guatemalteca desde la perspectiva
marxista de la lucha de clases como un intento genuino de rehabilitar la
capacidad explicativa del conocimiento histórico de la realidad socio-política
de Guatemala". El libro es esencial para comprender la estructuración
social de la sociedad Guatemalteca que no difiere mucho de la realidad de otros
países latinoamericanos con una fuerte herencia colonial.
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